C ierro los ojos y comienzo a caminar. Mi cuerpo se pierde, en el calor de la tarde del verano, por calles angostas y blancas. El Sol revienta el blanco de las paredes dañando la mirada. Y las calles buscan por la ladera del monte las antiguas murallas del castillo, ya perdido para siempre. Son las tres y el calor aplasta los deseos de los cuerpos que caen inertes sobre los sofás. Esperan la tibieza de la tarde para retomar la actividad del día. Camino por las calles desiertas en horas inhumanas y me pierdo por calles que buscan destinos perdidos en el horizonte. Por huecos que comunican con el pasado. Por ventanas imposibles que se abren al cielo. Por puertas gastadas que perviven al paso del tiempo y que comunican el antes y el después de una realidad siempre continua.
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