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JOSÉ LUIS SAMPEDRO: POR LA LECTURA

Hace más de medio año que se obligó a España a cumplir una orden europea por la que las bibliotecas debían de pagar un canon
para compensar la pérdida de ventas por sus lecturas. Más o menos venían a decir algo así. Nadie, en ese momento, dijo nada. O yo no llegué a enterarme. Me gusta la lectura y soy bibliotecario por lo que la medida me afectaba muy personalmente. Todo esto surgía en medio de todo el revuelo sobre el canon digital, promovido por asociaciones como la SGAE. De pronto todos los autores y creadores del mundo se veían en la necesidad de sentirse recompensados por ese monstruo llamado Internet. Nadie, ni antes ni ahora, planteó la hipótesis de que quizás se esté pasando por un momento de crisis creativo. Sí he leído, por parte de los defensores de este medio (Internet), que quizás estemos ante una coyuntura histórica en la que quizás se deban de reformular las reglas del mercado. Pero ese tema queda para otro momento. A mí, lo que me llamó la atención, fue que se gravase a las bibliotecas con un canon (¿también son ellas participes del pirateo?). Y que nadie saliera a defenderlo desde el mundo de la cultura. Hoy he dado con este artículo de José Luis Sampedro, a través del siguiente blog. Me identifico completamente con él y me parece mentira que se tarde tanto en salir a decir cosas como esto: que las bibliotecas son uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad actual a través de las cuales la cultura se acerca a todos, de manera desinteresada, ya que la cultura es un bien universal. Aquí dejo el artículo, tal como aparece en el blog reseñado más arriba.
José Luis Sampedro: "¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos?"

POR LA LECTURA
José Luis Sampedro

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había
creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.
Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con
simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos. Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada.


Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.


Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.


Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:

a) obtiene algo a cambio.
b) es objeto de una sanción.

Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?

Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación?.¿Acaso dejaron de cobrar por el libro?. ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas?.¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.


Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.


¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!


Autor: José Luis Sampedro


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